La arquitectura construida para las olimpiadas de México 68 –diseñada para ser apreciada en fotografías, revistas o en películas, más que mediante su uso cotidiano– no ha sido debidamente estudiada. La matanza del 2 de octubre en Tlatelolco y el diseño gráfico de México 68 se han convertido para la historiografía en una especie de cortina de humo –unas veces densa, oscura y plomiza, otras hipnótica, colorida y vibrante– cuya espesura esconde una gran cantidad de objetos históricos –como edificios (y su ausencia), procesos sociales o publicaciones–. Analizar las condiciones políticas, materiales y culturales de las que surgieron los edificios olímpicos y el impacto que tuvieron en los medios resulta indispensable para comprender, en toda su complejidad, este extenso y convulso año. Si bien la arquitectura mexicana de 1968 y las publicaciones en las que se representó no surgieron esa trágica noche, no por ello la investigación al respecto tiene menor potencial para revelar nuevas perspectivas críticas de los extraordinarios conflictos de aquel periodo y ampliar nuestra comprensión de su arquitectura.

Una de las tareas del presidente del comité olímpico mexicano, Pedro Ramírez Vázquez, y de las publicaciones de este órgano, coordinadas por Beatrice Trueblood, fue convencer al público nacional e internacional de que México tenía la capacidad de realizar las olimpiadas. Lo anterior en confluencia con la imagen de país pacífico y neutro que oficialmente se difundía en plena Guerra Fría y en abierta contradicción con el problemático escenario local. El impresionante programa de publicaciones, la gráfica –de extraordinaria calidad– y la fuerte presencia mediática de la propaganda olímpica, en realidad funcionaron para encubrir los acontecimientos nacionales e internacionales de aquellos años y las graves desigualdades, incluida la represión política y las manifestaciones de protesta.

Con esta exposición no pretendemos repetir los discursos alrededor de 1968, petrificados y mercantilizados comercial e institucionalmente año tras año; en consecuencia, tampoco se busca adscripción a ningún aniversario. Mucho menos servirá para entretener, por medio de la explotación de una cultura visual y arquitectónica extraordinariamente atractiva –la de los años sesenta–, a sus visitantes, ni ofrecerles el consumo inmediato de un mensaje prefabricado.

Promesas, palabras y reciclaje

En las publicaciones de 1964 a 1966, la arquitectura olímpica estaba compuesta por palabras y promesas, reciclaje de imágenes de edificios que, en su gran mayoría, no servían para celebrar competencias deportivas: desde oficinas hasta pirámides prehispánicas, pasando por templos y monasterios virreinales. Todo esto dentro de un discurso cultural nacionalista ensayado y desgastado.

Reciclaje, fragmentos, estructuras y velocidad

Imágenes de proyectos, maquetas, excavaciones y cimentaciones conformaron una extraordinaria campaña masiva en los medios impresos destinada a convencer al mundo de que México sí podía realizar las olimpiadas. Estaba basada más que nada en fragmentos de obras; se construyó con fotografías tomadas, seleccionadas y compuestas con habilidad. Al mostrar sólo fragmentos, se lograba esconder el enorme trabajo constructivo que aún estaba por realizarse, se subrayaba los aspectos técnicos más complejos, se enfatizaba en las partes más sólidas de la estructura para expresar estabilidad o en grandes cantidades de obreros mientras trabajaban, para expresar acción. Las imágenes publicadas en la prensa debían mostrar orden y estabilidad en lugar de las complejas tomas en diagonal características de aquellos años.

Un instante de edificios terminados

Para sorpresa de locales y foráneos, y tan sólo a un mes de la inauguración, los edificios olímpicos estaban terminados. Los cientos de fotografías de complejísimas estructuras arquitectónicas –piezas de un rompecabezas imposible de resolver en la mente de la mayoría de los ciudadanos– cobraron sentido por fin ante los ojos de México y del mundo.
Durante dieciséis días –y con el trasfondo de una atmósfera social de represión y violencia– los edificios olímpicos gozaron de un instante de fama mundial, para después caer en múltiples periodos de subutilización y abandono, o ser subsumidos por la industria privada del espectáculo. La radiante ciudad olímpica para cuya utilización correcta fueron “entrenados” durante años sus ciudadanos, se convirtió en uno de los ejemplos más sobresalientes del caos urbano, la contaminación y la falta de calidad de vida.

MX 1968

ARQUITECTURA OLÍMPICA
Y MEDIOS IMPRESOS